lunes, 21 de octubre de 2013

Para clase

La vida pasaba lentamente mientras miraba por la ventana, encendía el cigarro y lo apagaba, así una y otra vez. Oler brevemente el humo que ascendía hacia él desde el cenicero era suficiente para contener las ansias, el cáncer que había visto matar uno tras otro a sus conocidos era motivo más que suficiente para mantenerse firme.
Ya no hacía su vida más allá de ese sofá junto a la ventana, los vecinos le veían cada día y le saludaban, él sonreía y hacía un ligero movimiento con la cabeza, pero rápidamente miraba hacia otro lado. La gente le hacía sentir incómodo. No le gustaba la compasión en los ojos del portero o de la tendera las veces que había bajado a la calle. Pero la soledad era algo de lo que sentir pena, algo de lo que compadecerse, eso estaba claro. Su casa vacía, que hacía no tanto había soportado entre sus paredes los gritos de una gran familia, le chillaba ahora en el silencio que su vida era sólo una pérdida de tiempo.

Esperaba a la muerte, día tras día, pero esperaba en vano. Muchas veces pensaba que no deseaba en realidad acabar con esto, al fin y al cabo seguía sin fumar desde que perdió a su mujer, al amor de su vida. “Ella no habría querido eso” pensaba. Pero tampoco luchaba por vivir, y eso no era más que una manera más de recordar aquello que le hacía dar vueltas en la cama una y otra vez cada noche: era un cobarde, lo había sido toda su vida y lo seguiría siendo siempre. ¿Por qué temer a la muerte si no hay nada más allá de ella? Precisamente por eso, porque no hay nada más allá, nada que me recuerde, nada que me olvide, nada que pueda cambiar, aunque no quiera hacerlo. Tenía miedo al olvido y miedo al vacío, constantes en sus pensamientos. Pero él no olvidaba los recuerdos que le perseguían y eso le hacía sentir vivo.

viernes, 4 de octubre de 2013

Tensionales

Me tumbo en el suelo para escuchar el silencio de mi casa vacía. Estiro la espalda e intento que mis lumbares toquen el suelo. Miro al techo... Todo resulta tan real como de ensueño en este momento.
Mis dolores de cabeza que han sido diagnosticados como tensionales han vuelto a aparecer en los últimos días, después de casi tres semanas de letargo total: dormir, comer, internet, algo de ejercicio, dormir, comer... La única explicación posible y aceptable por mi razonamiento es la vuelta a clase. Veinte años y sigo emocionándome, solo un poquito, por el comienzo de un nuevo curso. Esa sensación de clases, compañeros nuevos. Incluso en pensar que este año puede que esté en un piso diferente... Me hace sonreír.
Los últimos dos años han pasado tan rápido como una semana medianamente divertida y estoy en el ecuador teórico de la carrera.
Y aquí estoy, tirada en el suelo, solo oyendo de lejos el ruido de la televisión de algún vecino, pensando en cómo he llegado hasta aquí, hasta este momento.
Tirada en el suelo intentando pensar en que no es mi segunda posibilidad la que me provoca los dolores de cabeza, que no es el ver el precipicio por donde he caído unas cuántas veces lo que me produce tensión.

Nos enseñan a creer en el amor, pero una vez me dijeron "no te cases nunca, te arruinará la vida".