Y que inocente era, bendita inocencia. Tanto como para no ver el camino. O no querer verlo. Quizás no era inocencia sino la más fría de las astucias. Todo era siempre una sorpresa, buena o mala, algo de lo que hablar. A veces desearía volver atrás y decirme a mí misma todo lo que sé ahora, a veces no.
Me quedo con la dulce inconsciencia.
Me quedo con la dulce inconsciencia.
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