El horizonte claro y conciso a la derecha, el cielo cerca de la línea que lo separaba de la tierra estaba en llamas. Naranja intenso. Difuminándose en azul a medida que subía.
En la tierra una recta de árboles en flor. Tan perfecta como imperfecta con sus ramas colocadas por alguno de esos milagros cotidianos que decidimos pasar por alto.
La carretera al frente era larga y sin curvas, interminable, al fondo se difuminaba con el paisaje.
A la izquierda un bosque de molinos de viento, altos, puros, ligeros. Una muestra de nuestra generación mezclada con la naturaleza del viento. Las nubes situadas por casualidad listas para ser admiradas. En un croissant perfecto o en papel de lija.
En el ambiente podía sentirse la juventud. También las esperanzas y ese suspiro por las nuevas cosas.
Respirábamos belleza.
Yo no sabía si cerrar los ojos y sentir todas estos milagros o si abrirlos para no perderme nada.
Vivimos tan absortos en nosotros mismos que olvidamos cómo se ve el mundo que está fuera.
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