El corazón apalizado le pesa en el pecho y se nota. Se le ve en la cara y en los ojos con ganas de llorar.
Y a mí me duele que alguien tan vulgar pueda hacer que la persona más bonita -por dentro y por fuera- que he conocido en mi vida se sienta así de insignificante.
Pero somos así. Unos tanto y otros tan poco.
«A mí también me ha pasado, también he tolerado un poco de desprecio hasta que el desprecio acumulado estaba demasiado cerca como para pretender no verlo», dice una. «A mí también», dice la otra. Todas lo hemos permitido con nuestros tiernos veinte años. Sin saberlo, nos vimos inmersas en un "algo" con un "alguien" que no tendría que haberse merecido ni un "buenos días".
Aguantamos sin pensarlo porque nos enseñan a aguantarlo. Nos enseñan los finales felices y ¿no nos merecemos nosotras uno también?
Luchamos por una "historia de amor" que siempre es más grandiosa mientras ocurre que cuando la recuerdas, tres años después, con una copa de vino en la mano, tus amigas y una sonrisa de oreja a oreja.
Lo que no nos enseñan es que luchamos por momentos idealizados y no por nosotras mismas, que somos quienes más se lo merecen.
Así que luchemos, pero luchemos por lo que hay que luchar: por quererse, respetarse y conocerse a uno mismo.
El resto, si va, irá después.
Así que luchemos, pero luchemos por lo que hay que luchar: por quererse, respetarse y conocerse a uno mismo.
El resto, si va, irá después.
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