Todo empezó con un abrazo ese mediodía de un casi-verano
gijonés. No sabíamos dónde nos estábamos metiendo pero sabíamos que fuera lo
que fuera ahí estábamos. Y llevábamos esperando ya un tiempo para poder sentir
lo que sentíamos.
Todo transcurría como en una película: irreal, fantástico, completamente
adjetivable. Nadie esperaba que algo así tuviera un futuro como el que ha
resultado tener. Los días pasaban y sólo estábamos más cómodos, meciéndonos en
la cuna del cobijo que nos dábamos el uno al otro. ¿Podía ir a mejor? Lo dudo.
Lo único que podíamos hacer ya era caer, caer en un hoyo demasiado profundo
para ser rescatados, y cada día sería un poco más difícil salir. Estábamos
juntos, en esa típica escena en la que todo pasa alrededor de los
protagonistas, mientras ellos se miran a los ojos, pero sin efectos especiales.
Lo vimos pasar todo, juntos, vimos -sin quererlo- como dos adolescentes
absolutamente incultos, inexpertos, inexplicablemente opuestos, crecían en una
unión que a ojos de nadie tenía sentido.
Lo que sentíamos era tan intenso que los límites de los
sentimientos, emociones, sensaciones y experiencias empezaron a desdibujarse.
No queríamos un futuro juntos, pero parecía que no había manera de separarnos.
No sabíamos, ni sabemos, qué es lo que sentimos exactamente. Sólo tenemos claro
que nunca antes habíamos sentido algo así. Completamente llenos de un
significado que desconocemos caminábamos, sabiéndonos eternos, o al menos en el
recuerdo.
Esta es una relación que carece de sentido objetivo pero que
está a rebosar de subjetividad, de miradas, de puntos de vista, de discusiones,
de “te quieros”, de frases gritadas con odio, de miedos y de confianza. ¿Tú te
crees que alguna vez volveré a sentir lo mismo por otra persona? Ni siquiera sé
si me atrevo a contestar a esa pregunta.
Sigo tan perdidamente enamorada que me olvido, me abstraigo,
me pierdo en sus ojos, sus brazos, sus palabras, sus desprecios, sus caricias…
he encontrado mi Meca. Ese lugar al que ir periódicamente para encontrar algo
en lo que creer. Porque a veces no entiendo el significado de milagro, pero
otras veces lo tengo tan claro… Y todo empezó con un abrazo, dieciocho
segundos, o catorce, no lo sé.
No hay comentarios:
Publicar un comentario