Hechos recientes me han provocado una vez más para que mi cabeza no pare de darle vueltas a ideas estúpidas, muy vistas y con pocos puntos finales.
Se trata de preguntas sin respuesta, como la del sentido de la vida y la manera en la que estúpidamente la desperdiciamos.
Estos torbellinos que provocan dolores a mi sensible cabeza vienen cuando menos me lo espero. Me revuelven cada sensación, sacando a la luz la horrible afirmación de que esta vez podría ser la última. Y entonces no puedo evitar una sonrisa porque al fin y al cabo, después de todas mis quejas, no quiero morir. No quiero morir sin demostrar que cuando miro al frente, al horizonte, veo un camino larguísimo y que no hace más que subir, subir y acercarse al cielo.
Iba a empezar con los comentarios ególatras -alguna vez tengo que tenerlos para compensar mis momentos egofóbicos- pero prefiero ahorrarlo, para poder seguir con mi reflexión sobre lo que todo esto puede llegar a significar algún día.
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